El viaje deseado: Recuerdos

Los años han pasado velozmente, casi sin darnos cuenta. Aún somos muy jóvenes, sin embargo el tiempo continúa transcurriendo y sé que pronto cada uno seguirá su camino, aunque siempre nos mantendremos cerca, sin interesar la distancia. Tal vez esa sea la causa que impulsa el deseo de realizar este viaje, donde podríamos sentir que no es imposible detener el tiempo. Sin que el trajín diario nos imponga los horarios que limiten nuestras charlas, e impida disfrutar el regreso de los mejores momentos que hemos vivido.
Elegiríamos un lugar muy calmo donde lo vería a él, mi hermano, junto a mí. Reviviríamos juntos aquellas imágenes que nuestros mejores recuerdos nos regalan de vez en cuando. Imágenes que volverían incesantemente, como la de aquellos veranos, cuando lo seguía a todas partes, tanto que hasta a veces llegaba a transformarme en una pequeña gran molestia. Sonreiríamos al recordar sus disgustos por no lograr despegarme de su lado.
Quizás, sería el paisaje de algún lugar cercano el que nos invitaría a traer a la memoria esas ocasiones en las que me contagiaba sus sonrisas, y también provocaba algunos de mis llantos. Esas peleas, sin violencia, que se volvían inevitables, como si nos turnáramos para iniciarlas. Aquellos enojos que tuve cuando alguien lo molestaba y viceversa. Aquel año nuevo que recibimos solos, cuando las circunstancias particulares no dejaban otra opción, aunque para nosotros fue algo divertido e inolvidable.
Tal vez, en nuestro viaje necesitaría su ayuda, en ese caso le diría que aún visualizo ese día, en el que al ver los desastres en mi cuaderno de segundo grado, se sentó a mi lado y me enseño a pintar cuidadosamente esos dibujos, prestándole atención a cada detalle. Aprovecharía alguna de sus frecuentes bromas y le recordaría alguna de las tantas veces en las que quiso engañarme, mientras lo miraba fijamente a los ojos y no podía disimular su sonrisa de picardía, descubriéndose detrás de aquel gesto alguna maliciosa intención, de la que seguramente yo sería víctima.
Además, gran parte del tiempo oiríamos aquella vieja música y así le agradecería sus años adolescentes, cuando me obligaba a escuchar, entre tantos otros, a Pink Floyd, Black Sabbath y Joe Satriani. Hasta que no tuvo mejor idea que convertirse en guitarrista, entonces llegó el amplificador, la distorsión y las guitarras eléctricas, incentivando mi desvelo hasta altas horas de la madrugada.
Probablemente así viviríamos nuestro viaje, sintiendo melancolía y añoranza al evocar esos momentos. Con instantes que se sumarían a nuestros inolvidables recuerdos. Así, comprenderíamos qué desdichada hubiese sido nuestra infancia de no haber podido ser hermanos.


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