Es posible viajar sin advertirlo, pues, existen distintas clases de viajes como también existen diferentas clases de fronteras y son las preguntas precisamente una forma habitual de frontera.
Hay veces en las que viajamos sin darnos cuenta, nos aproximamos al límite sin saberlo, lo atravesamos y nos adentramos en el territorio desconocido, nos desplazamos mientras todos nuestros sentidos se encuentran atentos porque ahí el peligro está presente, entonces nos encontramos con que es imposible volver al estado inicial. De ese modo, sin haberlo advertido hemos transitado un camino, hemos sido viajeros.
“Siempre que se cruza una frontera hay peligro. Es el peligro de adentrarse en lo desconocido y ya no poder regresar a la situación inicial. Peligro de muerte, de alguna forma de muerte”.
Güichal, Celia; Viaje a la escritura
Algunas preguntas actúan como verdaderos límites, cercando todo a nuestro alrededor, circundando nuestro pasado, presente y futuro, separando lo que conocemos de lo que desconocemos, dividiendo lo que nos atemoriza hacer de lo que nos atrevemos a hacer, apartando lo que sabemos de lo que deseamos saber; y me refiero al deseo de saber no como un simple anhelo, sino como fuerza que impulsa una búsqueda, que induce a una pesquisa de respuestas y nos lleva a desplazarnos por una senda.
Precisamente uno de mis viajes, sin lugar a dudas el más significativo de todos los que he realizado, ha sido bastante extenso y profundo aunque en su momento no lo he visto como tal y tampoco he distinguido su frontera, pero luego -al tomar distancia- he podido hacer tal distinción. Así, supe que fueron mis cuestionamientos los que marcaron el límite, entre lo que conocía de mi historia hasta entonces (antes de encontrar la verdad) y lo que desconocía por completo de ella.
Cuando alguien cree conocer todo de sí desacierta, ya que no lo sabemos todo, a lo largo nuestra vida nos descubrimos constantemente, en reiteradas ocasiones nos interrogamos y sorprendemos. Esto nos sucede a todos, pero a algunos nos ocurre de un modo particular, bajo circunstancias que nos desagradan. Si crecemos pensando que nuestro origen ha sido uno y súbitamente resulta ser otro, incierto y anónimo en su plenitud, sentimos que el mundo se derrumba, todo parece irreal, inventado. Nuestras vidas parecen ajenas, nuestra identidad nos resulta completamente falsa, una ficción cruelmente simulada, en ese instante nuestro sentir se traduce en pesar, creemos haberlo perdido todo.
Bajo ese estado de indefensión no evitamos preguntarnos qué es verdad acerca de nosotros, y hallamos que nuestros sentimientos hacia los demás nos muestran lo único autentico que poseemos, lo que hemos vivido ha sido real porque nos resulta imposible modificar lo que sentimos por las personas que nos rodean. Y lo absurdo es creer que nuestro sentir, repentinamente, puede dejar de existir por desconocer nuestro origen.
Sin embargo, el conformarnos con lo que siempre nos ha sido usual no es suficiente. Nos colman así las dudas que se vuelven inquebrantables, despiertan y no cesan de gritar, nos llaman. Me he preguntado quién soy más de una vez, me he preguntado cuándo nací más de mil veces, en qué lugar, a qué hora.
Al percibir actitudes extrañas, al advertir miradas cómplices que simulan y disimulan, las preguntas no sólo redundan, también persisten y se multiplican mientras nos abruma tanto silencio. Por lógica, deducimos que hay algo más, algo que desconocemos y por alguna razón todos ocultan con gran hermetismo (aunque en ocasiones nuestra evidente lógica sea considerada por otros como paranoia en su estado más puro). Ante tanta incertidumbre que nos obliga a permanecer en el mismo sitio solo podemos hacer algo: tomar una decisión. En ese momento, sin darnos cuenta, comenzamos a planear el viaje.
Si continuamos varados dejando que regresen una y otra vez las preguntas, permitiendo que el tiempo transcurra, quedamos detenidos mirando nuestra frontera. Tenemos mucho miedo, sabemos que la decisión que tomemos incumbe a nuestro pasado, presente y futuro. Nos sentimos culpables por pensar que al atravesar ese límite podemos lastimar a quienes amamos, nos sentimos culpables por creer que hicimos algo mal que hirió a quien desconocemos, y entendemos que por esa razón tomó la decisión de alejarse de nosotros. Sin embargo, para continuar con nuestras vidas necesitamos saber, y el único modo de hacerlo es cruzando todas nuestras dudas, recorriendo así el camino que nos brinde lo que necesitamos. Durante el viaje logramos ver que no somos culpables, jamás lo fuimos, nadie lo fue.
Si miramos hacia atrás y meditamos acerca de nuestra historia, si nos detenemos en las preguntas que han vuelto a nosotros incesantemente y en las respuestas que hemos necesitado quizás encontremos que las circunstancias que convirtieron aquello en un estado insoportable de desasosiego no impidieron que salgamos de viaje, de algún modo, lo incitaron.
Traspasé la frontera he indagado sobre mi origen, acerca del inicio de mi vida e identidad, llegué al final, conocí respuestas importantes aunque no todas. Sin embargo, no fue al término del viaje donde hallé lo que tanto buscaba, fue durante el recorrido de aquel largo camino donde encontré mi verdadera identidad, ya no hizo falta seguir buscando.
Ésa ha sido la frontera, pero no solamente de mi viaje, también ha sido el umbral del viaje de muchos otros que han buscado su identidad y de muchos otros que aún no la han encontrado. Esa ha sido la frontera de todos los que decididos partimos con miles de preguntas hechas, infinitas hipótesis y ninguna respuesta. De ese modo iniciamos la búsqueda, muchos cargando en el equipaje el peso de un terrible pacto de silencio que nos ha hecho prisioneros durante largo tiempo, hasta que transgredimos las reglas que nos han sido impuestas y resolvemos, de una vez por todas, afrontar nuestros propios miedos.
Atreverse a cruzarla no resulta simple, al igual que otros confines por traspasar éste también implica riesgos, peligros y temores. Porque como todo viajero, aquel que busca su identidad nunca sabe con qué se va a encontrar, o qué puede suceder durante la exploración de esos territorios
-sumamente transitados para algunos y enormemente desiertos para otros- y aunque lleve un mapa, aunque esté provisto de un plan, la única certeza que posee es la de saber que todo es posible, y es allí donde reside el más inmenso de los riesgos.
Al encontrarnos frente a esta clase de frontera podemos evadirla creando así una seguridad falsa, esquivarla mirando hacia otro lado, incluso podemos tratar de engañarnos o intentar creer en los engaños, pero ella permanece ahí, siempre inmóvil, esperándonos. Y el deseo de saber, esa fuerza tan intensa que se convierte en necesidad, tarde o temprano nos lleva a buscar, a indagar, a aventurarnos.