El día tan esperado por Mario había llegado, durante las horas del vuelo imaginaba cómo sería la reacción de su familia si supieran que el verdadero motivo de aquel viaje no era laboral. Se repetía con seguridad que ellos lo considerarían un loco o un perturbado sosteniendo el capricho de no desprenderse de su pasado. Él los conocía muy bien, por lo tanto no dudaba en afirmar que el enfado de ellos hubiese sido inmenso, ya que su intuición -la misma que siempre creyeron ridícula y absurda- lo guiaba hacia un lugar inhóspito para recopilar imágenes que compensaran los primeros tres días de su vida. Pero, si su intuición nunca lo había engañado ¿Debía desconfiar de ella en aquél momento?, ¿En realidad, sería él un perturbado sosteniendo un capricho? Se reprochó el haberse hecho tales preguntas y decidió sostener con firmeza el motivo que impulsó su partida de Buenos Aires, pues creía que algo importante iba a encontrar en aquel lugar, y tal presentimiento era demasiado intenso como para ignorarlo.
Consigo llevaba una pequeña cámara fotográfica en la que se plasmarían las imágenes que luego se transformarían en recuerdos, en ese lugar, al que posiblemente había llegado su madre hacía más de veinte años. Él sabía que el panorama no iba a ser idéntico al encontrado por ella en aquél entonces, pero pensaba que ahí sería posible advertir cuáles fueron sus primeras imágenes y cuáles sus actuales recuerdos.
Llegado el momento descendió del avión y se dirigió a Rey del Carmen, aquella ciudad de Brasil, de calles empinadas y laberínticas, imagen similar a la de las favelas aunque sin tanta pobreza, marginalidad y delitos. Lentamente, cargando una pequeña valija, recorrió algunos metros de aquel asfalto sumamente agrietado y sucio. El sol radiante lo obligaba a entornar los ojos y la temperatura, que se acercaba a los treinta y cinco grados, lograba que las gotas de sudor comenzaran a deslizar por su frente.
Continuó caminando, debía ubicar algún sitio para descansar y asearse, vio a un grupo de jóvenes bastante desaliñados, por un instante dudó en acercarse a ellos sin embargo se aproximó y les preguntó si sabían en qué lugar podía alquilar una habitación. Ellos lo observaron con desconfianza y se murmuraron algo que no alcanzó a oír. Le indicaron que siguiendo el camino que se formaba entre las casas altas iba a ver en una de las últimas de ventanales enrejados con vidrios azulados. Ahí debía preguntar por las habitaciones en alquiler. Algo temeroso se dirigió a aquel lugar, consiguió una pequeña habitación oscura, donde las paredes se descascaraban con sólo rozarlas. Tanto la puerta, como el techo y el piso se encontraban bastante deteriorados. Una silla antigua y un catre cubiertos de polvo constituían el inmueble, pero esos detalles no le causaba la mínima preocupación, ya que tenía muy en claro el objetivo de aquella breve estadía. Luego de permanecer ahí un par de horas dejó sus pocas pertenencias en el cuarto, tomó dinero, la cámara fotográfica y salió a caminar.
En un momento se detuvo a observar aquel entorno y le resultó más escabroso de lo que había imaginado. Algunas personas despertaron una cierta intranquilidad en él. Las miraba ahí, sentadas en las distintas esquinas, como si aguardaran u ocultaran algo, tratando de acudir al disimulo para disfrazar tal actitud. Rápidamente se dio cuenta de la gran ingenuidad que tuvo al creer que podría pasar inadvertido. Por otra parte, las casas llamaron su atención debido a que se ubicaban extremadamente juntas, muy pegadas entre sí. Algunas con sus frentes prolijamente pintados, otras manchadas y escritas con aerosoles rebautizaban a la ciudad y alababan a algunos en particular, mientras que la gente se cruzaba en esos pasillos angostos, cerrados por los techos y se perdían de vista, cómo si de repente desaparecieran. Por momentos el aire se colmaba del olor desagradable y nauseabundo proveniente del basural cercano y él sentía que no podía respirar.Así anduvo durante horas, observando hasta los pequeños detalles, tomando fotografías y dialogando con los ancianos que vivían desde hacía bastantes años allí, por lo que conocían todo y a todos en los alrededores.
En una de sus charlas uno de los ancianos se mostró muy intrigado y le preguntó acerca del motivo que lo había llevado a Rey del Carmen, Mario, tras meditar si debía confiar en él o no finalmente le respondió. Le dijo que durante muchos años le habían negado el derecho de conocer su verdadero origen, el derecho de saber cuál era su verdadera historia, su identidad. Le comentó que no había resultado simple reconstruir su historia pero -a pesar de todo- lo había logrado. Él había descubierto que durante los primeros tres días de su vida vivió junto a quien lo había traído al mundo, al tercer día ella partió hacia ahí (Brasil). Jamás le habían hablado sobre su principio y no tenía a quien preguntar. Con el viaje buscaba compensar, de algún modo, aquellos momentos desconocidos de su vida.
El segundo día en Rey del Carmen fue más intenso que el primero. Sin embargo, al siguiente decidió no llevar la cámara fotográfica ya que con ella despertaba demasiada curiosidad. Sólo recorrería por última vez aquel lugar. Regresó a la habitación por la tarde, por la noche debía volver a Buenos Aires. Se llevó una desagradable sorpresa al abrir la valija y ver que la cámara no estaba. En su lugar encontró una nota que decía: “No te asustes al leer esto, espero que algún día sepas comprender. No sigas insistiendo con tu pasado, tal vez te traiga problemas. Volvé esta noche a Buenos Aires y no regreses nunca. Hace mucho tiempo elegí por ambos, y no hay vuelta atrás”.